Con el paso de los años, el vino ha dejado de ser un producto simplemente para beber y se ha convertido -para muchos, y cada vez más- en toda una experiencia sensorial, que nos permite disfrutar de sabores y aromas, de un conjunto de sensaciones que producen placer a los sentidos.
Elegir el vino, escoger la copa para servirlo, observar su color, apreciar su aroma, probarlo a pequeños sorbos, paladearlo, saborearlo… si haces alguna de estas cosas cuando vas a beber vino, ¡enhorabuena!, porque has dejado de “beber por beber” y has empezado a disfrutar del vino.
Y en este proceso, como prácticamente en todo, es necesario tener ciertos conocimientos. Si quieres ser (o parecer) un experto en vinos, toma nota. Desde Becogalia te damos algunas claves que no puedes dejar pasar:
Los vinos deben conservarse, siempre que no estén abiertos, en horizontal. Esto viene motivado porque el corcho de las botellas necesita estar húmedo para que se mantenga expandido y evite el paso del oxígeno al interior de la botella.
Esta norma solo se puede (se debe) incumplir con los vinos espumosos, que se recomienda guardarlos en vertical. Si se guardasen en horizontal, la presión y el carbónico podrían hacer que se desintegrase el corcho de la botella.
Hay quien dice que lo más correcto es servir el vino a temperatura ambiente, pero… ¿cual es la temperatura ambiente? ¿la del interior de una casa o la del exterior? ¿la de Galicia o la de Andalucía? Cada vino debe servirse a una determinada temperatura y hay razones para ello.
Un vino tinto, si se sirve demasiado frío, oculta sus matices y aromas; y si se bebe demasiado caliente, se notará mucho el alcohol y sus defectos. Como norma general, las temperaturas ideales para servir los tintos y apreciar todos sus matices y aromas se mueven entre los 14 y los 16 grados. Si queremos concretar algo más, los tintos reserva y gran reserva se deben servir entre 16 y 18 grados; los crianza entre 14 y 17 grados y los jóvenes entre 12 y 14 grados.
En el caso de los vinos blancos, lo ideal es moverse entre los 10 y los 12 grados, y los rosados entre los 7 y los 10 grados.
Pese a en principio podría parecer algo banal, y aunque hay estudios que demuestran que el sabor del vino está más influenciado por el maridaje y la temperatura que por la forma de las copas en las que va a ser servido, ésta adquiere una especial importancia a la hora de resaltar los aromas del vino.
Para el vino tinto, lo ideal son las copas grandes (hacen que una gran parte del vino entre en contacto con el aire, lo que ayuda a su oxigenación), altas (facilitan el giro del vino en su interior) y con bordes planos (hacen que el vino vaya hacia el centro de la boca, lo que reduce el amargor de los taninos).
En el caso del vino blanco, las copas son más pequeñas y con el tallo más largo. Esto hace que haya una mayor superficie disponible para coger la copa por abajo, evitando que el vino se caliente. Para los espumosos, siempre copas altas y estilizadas, que permiten apreciar mejor las burbujas y el aroma, así como la conservación del vino a baja temperatura.
El “maridaje” del que tanto se habla en el mundillo del vino no es más -según el diccionario- que una “unión íntima o armoniosa de dos cosas entre sí”, lo que viene siendo el matrimonio perfecto entre el vino y el plato que va a acompañar. Comida y bebida ligadas para conseguir las mejores armonías.
Los más expertos (o rebuscados) dirán que se trata de algo muy complicado en donde entran en juego muchos factores, pero hay algunas claves que pueden simplificar la tarea. Si nos vamos a lo más básico: tintos para carnes rojas y caza; y blancos para pescados y mariscos. Pero vamos a complicarlo algo más:
Para las carnes rojas, quesos muy curados y charcutería, el mejor acompañante es un vino con una buena crianza o un reserva. Para carnes más suaves o guisos, y también para pastas, es mejor optar por tintos más jóvenes y afrutados. Y en el caso de las carnes blancas, el maridaje puede ser con blancos o rosados, todo dependerá de las salsas y guarniciones.
Para los pescados y mariscos van muy bien los blancos; y para la paella y los arroces, además de los blancos, aparecen los rosados como opción.
En el caso de los quesos, en el que hay todo un mundo de posibilidades, las opciones son también muy variadas. Generalmente los tintos son para los curados, los jóvenes para quesos más suaves, los blancos para quesos de cabra y los secos para aquellos que tienen texturas muy blandas.
Trasvasar el vino de una botella a un decantador no es solo una cuestión de estética, para que el vino luzca en la mesa, sino que o que realmente se busca con este proceso es lograr explotar correctamente todas las cualidades del producto, principalmente sus texturas y aromas. Pero se trata, sin duda, de un proceso no exento de controversia, ya que los expertos no se ponen de acuerdo a la hora de concretar con qué vinos conviene hacerlo y con cuales no.
Para algunos, el decantado hay que hacerlo siempre con los vinos de crianza, que han pasado años en botella, para que consigan oxígeno y se despierten sus aromas.
Hay quien dice que los vinos más baratos son los que hay que decantar sí o sí, ya que mejoran sustancialmente con este proceso; y otros que conviene hacerlo con los vinos más caros, en los que se suele encontrar sedimento, ya que así -decantando y dejando reposar- se garantiza que el sedimento no llegue a pasar a la copa.
A la hora de servir el vino en copa, ésta nunca debe llenarse más de un tercio, para dejar al vino respirar. Cuanto más llenemos la copa, más fuerte será el sabor del vino, porque no podrá respirar. Tampoco podremos agitarlo bien para intensificar sus aromas, por lo que la recomendación es siempre servir el vino sin superar nunca la mitad de la copa.
Moderación, por lo tanto, a la hora de servir el vino, y moderación también a la hora de brindar. No se trata de convertir el brindis en un espectáculo, agarrando y chocando fuerte las copas, con el riesgo que esto supone; sino agarrar la copa con delicadeza y brindar con suavidad, preferentemente con la parte inferior de la copa, lo que nos garantizará que no haya roturas.
Y a la hora de agarrar la copa, la recomendación está clara. Hay que cogerla por el cuello / el fuste / el tallo, con la yema de los dedos. Esto evita que se formen huellas en la copa y, sobre todo, que no se caliente el vino.
Con estas 6 claves puede que no te conviertas de la mañana a la noche en un experto en vinos, pero habrás dado el primer paso para llegar a serlo, o al menos, para parecerlo. Y como en todo el proceso no te hemos recomendado ningún vino, lo que te aconsejamos ahora es que te pases por el apartado de “Bodegas” de Becogalia, en el que podrás encontrar múltiples propuestas para seguir aprendiendo y disfrutando con el vino.
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